Más importante que el deseo de las empresas y gobiernos por vigilarnos es nuestro impulso por facilitárselos sostiene un nuevo libro
El modo en que vivimos hoy nos deja expuestos, desnudos ante la mirada
ajena, tan ajena que no sabemos siquiera a quién pertenece ni mucho
menos qué uso dará a lo que registra. Como Pulgarcito, regamos de huellas el universo que
componen Twitter, Instagram, Facebook, Snapchat, Google Hangouts,
YouTube, los buscadores, las memorias de navegadores, los correos
electrónicos, las compras con tarjetas de crédito o con billeteras
electrónicas como la de Apple, la elección de rutas en Waze o Google
Maps, los portales médico-paciente, los espacios de citas como Tinder o
Grindr, las plataformas de comercio como eBay o Etsy…
Pero eso no es lo peor, argumentó Bernard Harcourt en su libro erudito e inquietante, anecdótico y teórico, Exposed: Desire and Disobedience in the Digital Age (Expuestos: Deseo y desobediencia en la era digital).
Su tema central: es menos grave que las empresas y los gobiernos espíen
a los individuos mediante la recolección digital de información que el
deseo que los individuos sienten por facilitarlo.
Lo hacemos voluntariamente, enfatizó el profesor de Derecho de la Universidad de Columbia, Nueva York, y director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales,
París. A nadie parece importarle que la era digital haya convertido en
fino polvo la autonomía individual, la base de la sociedad liberal: la
tecnología nos ha llevado a valorar más otras cosas, como ver y ser
vistos. La idea de vida privada —el derecho a estar solo, la habitación
propia— se ha destruido bajo el peso una cultura de la exposición.
Nota completa: Infobae
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